David Fincher cerró la década de los noventa regalando al espectador algo que le encanta: una película de extremos. Adaptando la novela corrosiva de Chuck Palahniuk, la cinta se presentó como una sátira que tardó años en ser asimilada por el gran público. No es solo cine de culto, es un diagnóstico humano ratificado tanto por su discurso como por la reacción que provocó.
Un mensaje cristalino
Una vez aparecen los títulos de crédito, se hace difícil comprender cómo una película que fundamenta su crítica en la exageración pudo malinterpretarse de forma alguna. Lo cierto es que, lejos de funcionar como manifiesto a favor de la anarquía, la obra se plantea como un ejercicio de introspección. Fincher confronta al espectador a través de los extremos: por un lado tenemos la muerte espiritual de quien vive sometido a la inercia del sistema y, por otro, la autodestrucción disfrazada de nihilismo. Con esto no se busca reclutar soldados para el caos, sino evidenciar que ambos extremos son prisiones, sugiriendo que la verdadera libertad reside en la consciencia propia.
Esta compleja reflexión se articula mediante un ritmo febril que, apoyándose en una voz en off, vertebra un relato de cinismo valiente. De hecho, la cinta profundiza en la crisis de identidad masculina, explorando cómo el acomodamiento material ha domesticado instintos que, al ser reprimidos, se deforman, criticando de esa forma una castración social que hoy en día sigue polarizando. Una osada radiografía que culmina en un giro de guion estructuralmente perfecto, una vuelta de tuerca que premia la inteligencia de quien observa.
Constricción visual
La fotografía captura la decadencia desplegando una estética sucia y verdosa, capaz de alternar con tonos azulados que definen la atmósfera nocturna de la ciudad. La criticada violencia está representada con la crudeza necesaria para trasladar el mensaje sin caer en la banalidad; esta sirve como herramienta narrativa para ilustrar el dolor del despertar. Todo lo que se ve en El club de la lucha (1999) castiga al ojo y fascina a la mente.
Duelo portentoso
Las actuaciones de esta cinta se fundamentan en el carisma absoluto: Edward Norton y Brad Pitt ofrecen unas interpretaciones imperiales. La extraña química entre ambos es el motor de combustión de la cinta, que encuentra su contrapunto perfecto en una Helena Bonham Carter que aporta el equilibrio necesario encarnando el caos femenino.
Clásico atemporal
El club de la lucha (1999) es una obra mayúscula que, si bien pierde impacto una vez conocido su secreto, gana profundidad con cada visionado. El estadounidense firma aquí un clásico moderno que nos recuerda que la comodidad es la droga más peligrosa de todas.¿Dónde ver Harakiri?
¿Dónde ver El club del lucha?
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Ficha Técnica
Título original: Fight Club
Año: 1999
Duración: 139 min.
País: USA
Director: David Fincher
Guion: Jim Uhls
Reparto: Brad Pitt, Edward Norton, Helena Bonham Carter, Meat Loaf, Jared Leto
Género: Drama, Thriller, Sátira, Comedia negra, Película de culto
Calificación: 9/10








