NACIDO de la necesidad por contar la realidad social de los barrios más POBRES, el CINE QUINQUI se convirtió en altavoz para LOS OLVIDADOS. Los hijos de emigrantes del franquismo y despreciados por la ESPAÑA MODERNA.
Nuevos tiempos, mismas realidades
Aunque es evidente que nuestra querida España ha cambiado mucho, desde ‘El Lazarillo de Tormes’ hasta ‘Perros callejeros’ la problemática se ha mantenido casi idéntica. Como si se tratase de una maldición que nos acompaña de por vida y que nos obliga a caer una y otra vez en los mismos errores. Entre ellos la hipocresía. Tan dispuestos siempre a condenar al roba gallinas como orgullosos de premiar al banquero.
Solo hace falta conocer al Pirri o haber disfrutado con Eloy de la Iglesia, para darse cuenta de que el cine quinqui tiene mucho de novela picaresca.

En el cine español, eso de retratar la realidad social de los que menos tienen no siempre estuvo bien visto. Y es que, por muy progre que fuese eso de enseñar teta en las películas de Ozores, reflejar los abusos, la exclusión y la ausencia total de futuro, llevaba implícito exponer en público las miserias del sistema. Ese sistema, en aquella España tan moderna, se llamaba Transición hacia la democracia y era tan corrupto como lo es ahora, pero se jugaba mucho más que en la actualidad.
De su imagen y de como explotarla, dependían miles de millones en inversiones y turismo. Dejábamos atrás 40 años de oscuridad fascista y la mejor forma de presentarnos en sociedad era con cultura, juventud y fiesta. Sí, la cultura transgresora que exportaba cada noche la Movida Madrileña. Esos pelos de colores y rebeldía desbocada eran sinónimo de la libertad que esperaban de nosotros en Europa. Eso era Marca España y no los delincuentes heroinómanos que vivían en el extrarradio.
La otra España
De esos delincuentes nos habló en su día José Antonio de la Loma y Eloy de la Iglesia , para mí los dos mejores directores del subgénero. «Perros callejeros» (1977), «Navajeros» (1980), «El Pico» (1983) o «La estanquera de Vallecas» (1987). Incomprendidos y acusados de hacer cine amarillista, hoy en día aquellos que los criticaban ven como se estudia su obra. Esa forma de retratar con crudeza el dolor y la violencia de la otra España, la pobre, la olvidada.
San Blas, Vallecas, La Mina u Otxarkoaga, lo que en los años 50 fue una oportunidad vendida por el régimen a los emigrantes del campo, en los 70 se habían convertido en guetos. Al paro que de por si asolaba a los más jóvenes, se sumaba la masificación, la crisis del petroleo y una nueva pandemia. Una que curiosamente solía dejar un rastro que desaparecía en la cercanías de los cuarteles. La heroína acabó por convertir a toda una generación de hijos de obreros en carne de talego.
Palo, cárcel y heroína
La delincuencia adolescente y juvenil, aunque claramente existía y tenía su lógica, fue usada como excusa para aprobar ciertas leyes y acciones policiales. Si por un lado teníamos a la policía persiguiendo colectivos enteros por motivos de raza y clase social, por el otro el tráfico de heroína aumentaba a la par que las sobredosis.
La ley de responsabilidad penal se modificó, las cárceles y reformatorios de menores no paraban de recibir carne fresca y los DDHH se quedaban en la puerta. De muros a dentro simplemente eran una utopía. Palizas, torturas y sospechosas muertes en las celdas llevaron entre otras cosas, al famoso motín de la «COPEL» (Coordinadora de presos en lucha), representado en el cine en películas como «Modelo 77» (2022) y el cortometraje de Ales Payá y Gorka Lasaosa «Pocos, buenos y seguros» (2022). Pero eso ya es otra historia.

El cine quinqui en democracia
En el cinturón obrero de las grandes ciudades las estructuras básicas del Estado del bienestar no existían. La escolarización era para unos pocos, los servicios sociales vestían de uniforme y llevaban porra. Los jóvenes que, antes eran pobres intentando organizarse para sobrevivir, ahora eran delincuentes toxicómanos. Y no solo olvidados por la vieja y nueva España, también por sus sindicatos (o al menos los más representativos) que, considerándolos lumpen sin conciencia de clase, los menospreciaron.
Y cuando vieron en el cine una forma de buscarse la vida, se convirtieron de la noche a la mañana en héroes y villanos. Actores protagonistas de una sociedad que ya los había condenado. La fiesta de la democracia estaba a punto de recibir a los Pirri, Jaro, Torete y Vaquilla.
Unos invitados algo violentos, llenos de rabia y puestos de caballo que aparecieron por sorpresa en un Renault 5 sin matrícula y puenteado.
De víctimas a símbolos
Si Luis Buñuel, más de 20 años antes, ya nos mostró a sus «Los olvidados», no fue hasta 1977 cuando nació como tal el cine quinqui. «Perros callejeros» nos presentó la historia de El Vaquilla. Robo de coches, persecuciones, atracos y violencia combinados con esa sensación de orgullo. El sentimiento de los don nadie que habían encontrado una identidad. La fuerza de pertenecer a un grupo. Así, la película de José Antonio de la Loma nos acercó a unos personajes interpretándose a si mismos. Actores no profesionales que dieron inicio a 10 años de cine que forma parte de nuestra cultura popular.
Con «Navajeros» (1980), la versión del joven que robaba por necesidad fue cuestionada por Eloy de la Iglesia. Su mirada tan política nos ayudó a entender el comportamiento violento de los que no tienen nada. Más allá de la necesidad, estaban los derechos y su forma de conseguirlos también podía ser legítima. Las familias pudientes disfrutaban de lujos y privilegios que ellos jamás conocerían.
¿Por qué no tomar lo que es suyo y participar de la gran orgía capitalista? Toda una declaración de intenciones, una especie de himno contra los privilegiados y su Estado corrupto.
¿Te hace un atracón de CINE QUINQUI?
Personajes que representaban a toda una generación de adolescentes. Jóvenes que crecieron a golpes de porra, sin futuro ni esperanza y que protagonizaron un cine tan crítico como realista. Lejos de ser actores políticos de aquella época y sin embargo, con el tiempo convertidos en símbolo de la legítima violencia. Como una respuesta natural de los más pobres contra el sistema.
Después de este breve repaso por el auténtico cine de barrio (y no el de Parada), es posible que el apetito por verlo se os haya activado. Si aún no os habéis adentrado en este mundo tan especial, películas como «Deprisa, deprisa» de Carlos Saura o «Colegas» de Eloy de la Iglesia y protagonizada por Antonio y Rosario Flores, son perfectas para empezar. Esas, al igual que las dos partes de «El Pico» o la saga de «Navajeros» y «Perros callejeros», están todas disponibles en FlixOlé. Espero que las disfrutéis.